Calma. tensa calma. Serenidad y vacío.
Es cierto, adivinar esa
tendencia al perfeccionismo. Es curioso, hablemos de casualidades, hablemos de
esos instantes en los que necesariamente debemos ser racionales, esos fugaces
momentos en los que nos ponemos serios y pensamos en el mundo.
¿Realmente pensamos en el
mundo? Un montón de frases de individualismo, seguidas por esa aura de
socialismo moralista, de cuidado del planeta, de humanidad pura. Ja, y que
diablos significa todo ello.
Envueltos en un mundo que gira por la vanidad. ¿Me veo más interesante?
¿Más atractiva, menos banal y más seria? ¿Es todo esto que compartimos lo que
nos define, creencias realmente nuestras? ó solo un cumulo de pensamientos de
alguien más.
¿De dónde sale tanto odio? ¿De dónde
salió tanto nacionalismo? ¿Cuándo nos hemos unidos para causas nobles? Llenos
de ganas de matar, porque no solo se muere cuando hieres al cuerpo, es peor,
cuando es el alma la que muere.
En la era de los copycats, de
los tweets, los selfies y los likes. Esclavos de un mundo virtual, lleno de
veneno y carente de espíritu. En la era de las comunicaciones que dejamos, lo último
que hacemos es comunicarnos.
A un ritmo, donde conocernos no
nos interesa. Comemos dos o tres titulares al día y una sarta de sandeces de gente
que jamás hemos visto (a Dios gracias). Vivimos pendientes de opciones, de más.
¿Más que? ¿más para que?, si además son muy pocas las personas genuinas, las
personas capaces de sorprendernos, los universales, los sensibles, los mágicos.
Claro que también son muy pocas las personas interesadas en
sorprenderse. La mayoría como masa, moviéndose solo por los estereotipos
dictados, y por los titulares.
Hablemos de farándula y del triste matrimonio que se acaba, como
si miles de matrimonios no se acabaran en el mundo a diario. Al respecto, de
pronto, deberíamos hablar del porque en esta sociedad moderna somos menos
capaces de comprometernos idílicamente para siempre. Y la respuesta esta tal
vez en las líneas anteriores, en las múltiples opciones y las ganas de seguir
buscando, en la esclavitud que nos impone internet, y nuestra era social, que dé
social solo tiene el nombre.
Y volviendo a cuanto pensamos en el mundo, entre nuestro trabajo,
la red y la nada, la triste respuesta queda abierta.
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